bienvenidos

Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

lunes, 20 de septiembre de 2010

El obvio

Mi sobrina Raquel, ya con 16 años, se ha incorporado hace pocos días al instituto de enseñanza de mi pueblo donde tanto su madre como yo compartimos educación.
¡Qué de recuerdos!. ¡Que de añoranzas!
Allí empecé a conocer el derecho de palabra, la libre expresión. Me tocó vivirlo en plena transición democrática y comencé a saborear el regusto de la libertad.
Aunque los alumnos no éramos tan traviesos como los de ahora, tampoco éramos unos santos inmaculados. Eso sí, no recuerdo ataques verbales a los profesores, sino travesurillas de adolescentes.
Recuerdo a una compañera de clase que era del pueblo cercano de La Campana, que cuando se le había olvidado hacer los deberes de alguna asignatura, no se le ocurría mejor idea, que tomar como posesión la llave del aula, cerrar la clase  con  todos los compañeros dentro y tirar la llave por la ventana. ¡Y eso que estábamos en un segundo piso!.
Al rato llegaba la profesora y golpeaba la puerta para que la abriéramos y cual era la sorpresa de la pobre mujer, que al poco rato se tenía que marchar al jardín que había al pie de la clase, y dedicarse durante varios minutos a buscar la llave con una posesa entre los ramajos. Mientras los cabroncillos de los alumnos, veíamos a la paciente profe romperse la espalda por culpa de la campanera. ¡Ay campanera…!.
Claro que lo más sorprendente que vislumbré en aquellos años de adolescente  es lo que le ocurrió al profesor de latín. Este enseñante poseía un genio muy particular, de pronto era un tipo encantador que de pronto se transformaba en la más feroz fiera. Por su aspecto parecía un curita de aquella época, la de los curas progres, pero al fin curas. Como cada profesor que era peculiar poseía su mote. A este  le pusimos el “Obvio”. Solía utilizar esta expresión continuamente, y como a los alumnos de mi clase esa palabra nos sonaba a chino y nos llamaba enormemente la atención, pues al profe  lo bautizamos de aquella manera. Por cierto, no nos enteramos lo que era obvio hasta meses después.
Pues bien, en el día recordado, este profe se encontraba de guardia. A nuestra clase aún no había acudido el funcionario  que nos correspondía en esa hora, y como profesor de guardia acudió a nuestra aula para que mantuviéramos el  silencio, mientras llegaba el  que nos correspondía.
La primera vez que nos llamó la atención lo hizo muy educadamente, sin subir el tono de voz ni gesticular mucho. Tras este aviso se marchó. Al cabo de los diez minutos y continuando los alumnos en la misma situación, volvió a llamarnos la atención pero esta vez con un todo mas severo.
El “obvio” se volvió a marchar, esta vez amenazándonos con una advertencia mas rotunda . Pero como los alumnos nos escarmentamos tan fácilmente y eso de hablar por los codos creo que esta escrito para nosotros, el renombrado profe volvió a retornar a la clase, esta vez mas parecido una fiera que a un humano. Al pobre hombre no se le ocurrió mejor manera para asustarnos que golpear la puerta de la clase con uno de sus pies, mientras gritaba alocadamente. Tuvo tan mala suerte que al dar la patada en la puerta, esta era tan endeble, que la traspasó  con su zapato.
Háganse lectores a la idea, un pobre hombre totalmente salido de órbita, con un pie clavado en una puerta, y sin poder desprenderse de ella. El desafortunado gritaba, y gritaba mientras gesticulaba de una manera atroz. Fue tan ridículo el momento vivido por el pobre latino, que los alumnos en vez de reírnos casi nos pusimos a llorar. ¡Para que luego digan que los estudiantes no tenemos corazoncito!

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