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sábado, 5 de junio de 2010

¿Mortajas o mantones de Manila?


Tras comprobar los médicos que mi recuperación no era satisfactoria decidieron buscarme una cama en la planta de traumatología del hospital. Ya al tercer día de permanecer en el pasillo de urgencias mi tensión no daba para más. Pero antes del traslado definitivo me llevaron a otra sala, donde se encontraban los enfermos aún en peores condiciones. Allí había varios pacientes, todos ellos acompañados de tubos de respiración asistida. Ahora si que su quejar era terriblemente lastimosa. Estos condicionantes iniciaron empeorar mi situación anímica.
Recuerdos que estos momentos los médicos se permitieron la licencia de que mis compañeros de facultad me visitaran. Los pobres aparecieron con una estupenda caja de bombones. Yo en otra ocasión los hubiera devorarlos, pero en ese instante no tenía ganas ni de probarlos.
Viendo que mis nervios ganaban la batalla, decidieron aplicarme otro relajante muscular, esta vez, aún más fuerte que los anteriores. Gracias a este quede sumido en un profundo sueño.
Cuando desperté ya no me encontraba en el mismo lugar, sino en uno, que en principio me pareció terrorífico. Fue abrir los ojos y lo primero que leí, justamente enfrente de mí, fue el rótulo de Tanatorio. Me vi. solo, sobre una camilla y en la misma puerta del nombrado lugar. Después de tantos incidentes extraños y tantos despropósitos, pensé en un breve momento, que yo me habían dado por muerto y me trasladaban aquel negro lugar.
Grite como puede, intenté bajarme de la camilla. Cuando de pronto apareció un enfermero que intento calmarme mientras me volvía a colocar sobre mi persistente camastro. Intentó explicarme que me había colocado en puerta del tanatorio, porque al lado de esta se encontraba el ascensor , que serviría para llevarme a planta, y antes de entrar debíamos dejar salir a otra camilla. Como la aclaración me pareció convincente, mi estado de ánimo volvió a un momento mas calmado.
Tras subirme en el ascensor, por fin llegamos a la planta de traumatología. Pero aún no podía ocupar una habitación. Tenía que esperar que le dieran el alta a algún enfermo para que yo ocupara su lugar. Fueron otras siete u ocho horas que me llevé en un nuevo pasillo, esta vez este mas tranquilo y menos transitado. Lo peor de todo es que me situaron al lado de la habitación donde se guardaba la ropa de cama de la planta, sábanas, almohadones, etc. Con la puerta abierta de este cuarto yo veía desde el pasillo todos estos enseres. Pero para mala suerte la mía, el estante que quedaba mas directo a mi vista era donde estaban colocadas las mortajas. Después de todo lo pasado esa visión no era la más agradable. La mente contaba y recontaba el número de mortaja que se encontraban en el estante y no paraba de imaginar quienes podrían ser sus dueños.
Por fin después de varias horas se acercó a una agradable enfermera a preguntarme que como me encontraba. Yo le contesté: “Bien, mucho mejor. Pero aun mejor estaría si cambiarais las mortajas por mantones de Manila”.

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